A Luis Buñuel no se le parte el corazón cuando reconoce en 1947 que su hijo es más americano que Lincoln, pero a Pedro Salinas se le parte sólo con pensar en las condiciones de vida bajo el franquismo de algunos de sus amigos, como Dámaso Alonso o Vicente Aleixandre. Y aunque Ramón J. Sender no se siente a gusto en Estados Unidos, escribe incesantemente, mientras que tanto Juan Ramón Jiménez como Cernuda se sienten mucho más de acuerdo consigo mismos fuera de la España de Franco. Éstos son sólo algunos de los protagonistas de un ensayo que propone perspectivas complementarias sobre el exilio: evoca conductas y sentimientos de exiliados aclimatados a sus destinos, señala rutas discretas de regreso a España y asume que el exilio intempestivo del origen pudo reconvertirse en una vida fecunda después (y en ningún caso con España como esperanza de una vida mejor). No trata tanto de la vida en vilo del exilio como de la vida de veras gracias al exilio.
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