¿Por qué la imagen general de la melancolía es la de un estado anímico que, aunque pasajero, es desagradable y tormentoso para quien lo atraviesa? ¿Por qué es sinónimo de pasividad, desencanto, decadencia y, en el peor de los casos, una perniciosa enfermedad emocional de duración más o menos prolongada? Estas nociones se deben, en gran medida, a ideas heredadas de explicaciones médicas occidentales que, como el presente texto sugiere, han determinado el estudio de lo que se considera un cuadro clínico. Debido a esa parcialidad, tales explicaciones han logrado algunas coincidencias históricas en una aparente continuidad del discurso desde el cual se han construido ciertos arquetipos de los melancólicos. Sin embargo, el entramado de esos discursos -condicionados por valores y criterios que poco deben a la objetividad de espíritu científico que ostentan- resguarda en su interior variaciones radicales y contradicciones importantes que revelan la naturaleza ambigua de sus postulados: ambigüedad que permitió al poeta Nerval describir el negro sol que ilumina cuando proyecta sombras, y a la autora visitar algunas de sus más destacadas figuras.
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