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Nací en un 17 de octubre del año de 1943, en un pueblo llamado Petalcingo, Chiapas, México. El sol avanzaba lentamente hacia el horizonte y los que iban jalando la carreta donde iba montado ese sol, ya estaban muy cansados porque ya eran las cinco de la tarde ese día. Ya no me acuerdo qué día fue, sólo sé que era un fin de semana y a esa hora nací. Mi gente pensaba que, en cada atardecer, el sol era transportado al mar por una carreta y que durante todas las noches quemaba las aguas sin dejar una sola gota. Así decían. Soy hijo de don Diego Hernández López y de doña Anita Encino Cruz, ambos ya…mehr

Produktbeschreibung
Nací en un 17 de octubre del año de 1943, en un pueblo llamado Petalcingo, Chiapas, México. El sol avanzaba lentamente hacia el horizonte y los que iban jalando la carreta donde iba montado ese sol, ya estaban muy cansados porque ya eran las cinco de la tarde ese día. Ya no me acuerdo qué día fue, sólo sé que era un fin de semana y a esa hora nací. Mi gente pensaba que, en cada atardecer, el sol era transportado al mar por una carreta y que durante todas las noches quemaba las aguas sin dejar una sola gota. Así decían. Soy hijo de don Diego Hernández López y de doña Anita Encino Cruz, ambos ya finados. Mi madre era originaria de la antigua finca cafetalera El Jolpabuchíl, y mi padre originario de Petalcingo. Somos nueve hermanos, y a mí me tocó ser éste sujeto errante sin causas. Nunca compartí mis juguetes con otros niños porque nunca los tuve. Para poder jugar tenía que fabricarlos yo mismo. Mis padres eran tan pobres que nunca pudieron comprarme un par de zapatos cuando mis pies los necesitaban. Ahora que he madurado lejos del suelo donde nací, más extraño esa tierra de los TKAJOLES. Aunque sólo ha quedado su réplica de aquella iglesia donde fui bautizado, yo la extraño. Entre más lejos estoy de mi pueblo, de mi gente y su posol, más lo extraño. Mi corazón se quedó enterrado entre la milpa, justamente donde se quedó colgado mi morralito con mi posol, mi machete, mi mecapal y mi viejo sombrerito de palma. Pablo Hernández Encino