Es que Zeus no las dictó, ni la Justicia, que cohabita con los dioses infernales, estableció tales leyes para los hombres. Y entendí que sus edictos no tenían tal poder que un mortal pudiera anular los preceptos no escritos pero inmutables de los dioses. Pues éstos no son de ahora, ni de ayer, sino que están siempre en vigor, y nadie sabe cuándo surgieron. Debido a sus leyes, no quise ser castigado ante los dioses por haber temido la decisión de un hombre. Ya sabía que un día moriría: ¿cómo podía ignorarlo? ¿ aunque tú no hubieras proclamado ese edicto. Y si muero antes de tiempo, diré que es una ventaja. Si vives en medio de tantas calamidades, como yo, ¿cómo no considerar la muerte una ventaja? Y así, es dolor que este destino no valga la pena tocarme. Si sufriera que el cadáver del hijo muerto de mi madre quedara insepulto, me dolería. Pero esto no me causa dolor. Y si ahora te parece que he cometido un acto de locura, tal vez esté loco quien me condena como tal. (Antígona, Sófocles, vv. 450-470).
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