El intelectual lleva medio siglo fascinado y a la vez abochornado por la televisión, intrigado por su poder de atracción y sugestión sobre los demás e irritado por esa influencia, manipuladora para unos, modelo de mal gusto e incivilidad para otros. La imagen perdurable del intelectual de fin de milenio ya no será la del pensador o la del lector, sino la del severo telespectador. Piensa y escribe, desde luego, pero con la pantalla del televisor como manifiesto antagonista o como secreto horizonte. En este libro se analizan y se discuten las últimas bazas del intelectual llamado un día apocalíptico, y también las que emplea el nuevo intelectual integrado, en relación con una también remozada neotelevisión. Esa enemiga íntima suscita ahora nuevas angustias y nuevas esperanzas. Unos denuncian la atrofia de la percepción y de la imaginación, el cinismo disolvente, la invasión de los simulacros, el compulsivo «zapeo» en un océano de irrelevancia. Otros defienden la estimulante fabulación de todos los mundos, la cordial ecúmene tecnológica, la quiebra de ominosos cielos ideológicos. Y a todo esto, ¿qué es del telespectador, mirón intermitente, paseante domiciliario de visita a los pasajes televisivos? ¿Cómo conjuga su disposición de ánimo, arrellanado en su sillón, y las imágenes de la actualidad, a menudo escalofriantes y terribles? ¿Cómo vive sin esquizofrenia ni frivolidad en ese mundo doméstico, a la vez confortable y horrendo?
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