La discapacidad es un tabú social. Creemos ser conscientes de los problemas del mundo, de quienes nos rodean, pero hay un sector de la población que pasa prácticamente desapercibido, y por supuesto su problemática. Hablar de discapacidad es hablar también de capacidad. El término en sí es selectivo por contraposición. Cualquier prefijo del término capacidad es ya un prejuicio, condiciona. Todo el mundo es susceptible de una discapacidad. Una realidad que a todos nos afecta, de la que igualmente somos responsables. No vivimos solos en nuestra particular parcela de confort, sino en un todo vital que nos vincula primero a una familia, después a una determinada comunidad, y finalmente a un territorio, que en su conjunto llamamos Estado. En él desalojamos muchas de nuestras responsabilidades, como el sostenimiento medioambiental, la seguridad, la ordenación de las normas, la distribución de servicios, el reparto de la equidad o la salvaguarda del estado del bienestar. Y como Estado social, también en él se manifiestan las bondades y desafectos de los miembros que la componen.