Sucede que muchas personas se complacen en saborear algunas frutas exóticas y se deleitan en ellas a sus anchas, felizmente ajenas, por desgracia, a sus árboles portadores, a sus sembradores y, por tanto, incluso a su origen. No se atreven a plantearse ninguna pregunta en relación con estos elementos inmediatamente ineludibles. Tal es la situación de muchos artilugios recibidos por nuestras comunidades sociales y culturales inmediatas y en todas partes. Frutos palpables de ideas constituidas y desarrolladas como obras abstractas, comodidades de todo tipo en nuestra vida cotidiana revelan en realidad un ingenio virtual seguramente unido a propietarios desconocidos y no buscados. En este sentido, hemos oído hablar de los Proust, los Einstein, los Bacon, los William Amos, etc., sin prestarles quizá demasiada atención. ¿Es obvio, entonces, que éstos y tantos otros cuya lista quisiéramos ampliar constituyen un bello ideal alcanzado en términos de representación universal, todo ello sellado en este caballero? ¿Por qué nuestra lista debería declinar la excepción?