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Producir alimentos suficientes para una población en aumento se considera uno de los mayores desafíos (BURNS et al., 2010). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estimó que la población mundial superará los 9.700 millones en 2050 (ONU, 2021) y esta expansión aumentará la demanda de alimentos (SAATH; FACHINELLO, 2018). A pesar de los avances tecnológicos y científicos, el clima sigue siendo la variable más importante para las producciones de cultivos (CALDANA et al., 2019; CALDANA et al., 2021). Los investigadores Caramori et al. (2008) y Ferreira et al. (2020) señalaron que el 80% de la variabilidad del rendimiento proviene del clima, en este contexto, las precipitaciones exhiben una notable relevancia para la variabilidad en las producciones de los cultivos (FERREIRA et al., 2020). Con el fin de maximizar los rendimientos y reducir los riesgos, la aplicabilidad de los estudios sobre los elementos agrometeorológicos se ha aplicado a escala mundial (RICCE et al. 2013), analizando las características aisladas y peculiaridades de cada clima y suelo, contribuyendo así a la toma de decisiones de los agricultores para reducir las pérdidas de rendimiento (MARTINS et al., 2017; CALDANA et al., 2021; FERREIRA et al., 2020).