La iglesia evangélica contemporánea atraviesa serias dificultades. Todos sus líderes son conscientes de ello y ensayan distintos diagnósticos y respuestas para ello. Se me ocurre que la situación actual es semejante a la trágica suerte de Sansón, a quien el Espíritu de Dios lo había dejado, y él no se daba cuenta. A medida que se buscan soluciones en técnicas humanas y pragmáticas el paciente agrava su condición. La única respuesta acertada es que esa vida que se desvanece sea insuflada, como al principio de la creación, por la Palabra de Dios. La vida espiritual de la iglesia y de nosotros mismos, depende de escuchar y responder a la Palabra de Dios. Y para que esto suceda, la Escritura debe tomar la posición central y autoritativa en la vida de la iglesia.
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