Los programas agrícolas deben destacar la importancia de la agricultura para la región y para la transformación económica global. También deberían reflejar un nuevo enfoque sobre la forma en que las regiones configuran su futuro, en el que los Estados definen sus opciones de desarrollo e inversión proporcionando un marco para las contribuciones de los socios y las decisiones de inversión. De este modo, los programas agrícolas aportarán muchos beneficios, entre ellos el fortalecimiento de los procesos democráticos al hacer de la participación de todas las partes interesadas, incluidos los agricultores, un principio rector. La agricultura es un asunto de todos, y la independencia nacional depende de su desarrollo como medio para escapar de la plaga de la inseguridad alimentaria que socava nuestra soberanía y promueve la sedición. El papel de los Estados es dar el impulso necesario para que los activistas agrícolas conviertan su profesión en una actividad económica que genere bienestar en las zonas rurales y responda a los retos del empleo y a las expectativas de sus ciudadanos, especialmente en términos de seguridad, bienestar e independencia.
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