Los arsenales militares tienen algunos armamentos que provocan un sufrimiento cruel a la víctima e innecesario a los estrictos fines de sacar de combate al oponente. Son insidiosas, en tanto no se tiene percepción de su existencia y si se logra saber que están, no se conoce exactamente su ubicación. No son armas novedosas; más bien son artilugios de antigua data que regularmente reverdecen de la mano de sofisticaciones técnicas en cuanto a reducción de tamaño, uso de materiales sintéticos para hacerlas invisibles a los detectores de metal, facilidad de construirlas y muy bajo costo. Las minas antipersonales y las antitanques satisfacen las premisas anteriores. Además, pueden amenazar calladamente a través generaciones. La prensa mundial atiende regularmente estos problemas de campos minados en Asia y África, pero en Sudamérica también existen, desde Colombia hasta el sur más austral. Alcanza a las Islas Malvinas (Falklands), adonde han quedado como relictos de las tropas argentinas en la Guerra de Malvinas de 1982. Sin caer en exageraciones, en Sudamérica los campos minados superan cómodamente la cifra de 200 y las minas de todo tipo pueden ser bastante más de 200.000.