Pocas veces creemos en la génesis de una idea. Nos interesa el producto final, pero nos cuesta entender el proceso que precedió esta secuencialidad artificial, indispensable para ser consumida. Contra esta tendencia tenemos nada más y nada menos la memorable Rayuela de Cortázar. Si nos fijamos en ella, veremos que consta de pasajes fragmentarios, ideas embrionarias, sueltas, tiradas al azar.