El cristianismo a finales del Siglo III había dejado de ser una religión de grupo para convertirse en una sólida comunión de Fe que amenazaba la estructura misma del Imperio Romano. Constantino "el Grande" convertido en Emperador de Occidente convocó el Sínodo de Arlés para recomponer la Iglesia Cristiana del Africa. Posteriormente en el año 325 convocó y presidió el Concilio de Nicea en el que se definiría la naturaleza de la Santisima Trinidad. Este fue el momento en el que nació una Iglesia Imperial, un Dios, un Imperio y una Fe. En el año 381 el Emperador Teodócio I concovó el Concilio de Constantinopla que aclaró y amplió lo aprobado en Nicea al declarar expresamente la divinidad del Espiritu Santo y su procedencia del Padre y del Hijo. A este cesaropapista no le bastaba ser el Señor del Imperio por que pretendía tener dominio sobre la Iglesia. A su vez el papocesarista pretendía tener ingerencia en el Imperio. Constantino con la aprobación de los obispos Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesarea y Ossio de Córdoba, ejerció el poder político y eclesiástico simultaneamente. A partir de ese momento nació la paganización del episcopado que aún persiste en muchos obispos actuales.