Desde después de la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de este pequeño pero singular planeta han vivido en ciudades. Sin embargo, la historia de la construcción de nuestros espacios urbanos no es lineal ni en absoluto tranquila. Navegamos, por así decirlo, en mares agitados, donde lo mejor y lo peor del ser humano emerge como olas de tsunami que nos engullen. Si el barco-ciudad en el que vivimos no reúne unas condiciones mínimas de navegabilidad, como hemos visto que ocurre, no sólo no podremos llegar a puerto seguro, sino que naufragaremos en medio de la tormenta que nosotros mismos hemos alimentado. Repensar las ciudades se convierte así en una actitud política absolutamente imprescindible si queremos moldear nuevas formas de sentir y habitar nuestros espacios. Historia y geografía van de la mano del buen vivir, aunque, por razones de acumulación de capital, muchas de nuestras élites "pensantes" hagan todo lo posible para que lo ignoremos y sólo pensemos en la supervivencia cotidiana. Es la acogida lo que hace el espacio. Una cosa es conocer un camino y otra recorrerlo. La tesis doctoral, ahora publicada, pretendía contribuir a la búsqueda de una nueva forma de entender Río de Janeiro.
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