Nuestras ciudades se encuentran insertas en redes de reproducción del capital y, para sostener la ingeniería socioespacial que sustente el lugar de producción, demandan cierto orden urbano que organice el territorio. Sin embargo, esto requiere estrategias de reproducción de un modelo de ciudad a expensas de la equidad, la integración y el bien común.En esa lógica se fomenta un modelo de ciudad que acentúa las diferencias en el derecho que tienen los distintos sectores sociales a acceder a ella y a los bienes y servicios que eso significa. Podemos observar cómo estos procesos generan en la ciudad nuevas relaciones entre espacio, poder e identidad. A su vez, dichas relaciones se expresan mediante símbolos, entendidos como elementos que comunican ideas o valores para configurar el territorio, la población y las inversiones.La ciudad se presenta como un escenario de luchas constantes a partir de las cuales se van modelando diferentes espacios urbanos y tejiendo las relaciones sociales que los sustentan. En ese accionar, las diferencias simbólicas cualifican el territorio y definen ciertas marcas en el proceso de construcción de la ciudad que establecen un nuevo estatus de lugar.