Las fuentes de energía convencionales basadas en el petróleo, el carbón y el gas natural han demostrado ser impulsoras muy eficaces del progreso económico, pero al mismo tiempo perjudiciales para el medio ambiente y la salud humana. Estas fuentes de energía tradicionales basadas en combustibles fósiles se enfrentan a una presión creciente en una serie de frentes medioambientales, siendo quizás el reto más grave que afronta el uso futuro del carbón los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero (GEI) del Protocolo de Kyoto. Cualquier esfuerzo por mantener los niveles atmosféricos de CO2 por debajo incluso de 550 ppm no puede basarse fundamentalmente en una economía mundial impulsada por el petróleo y el carbón, salvo que se realicen esfuerzos radicales de secuestro de carbono. Por lo tanto, la energía renovable es la alternativa a las fuentes convencionales.
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