Nuestro siglo XXI reclama mayores y mejores respuestas a los desafíos que, durante el cúmulo de experiencias societales, no han logrado convencernos de una identidad que va más allá de las fronteras nacionales. Con rigor, el deber moral y político del conjunto de seres humanos en el planeta, exige una reflexión protegida por una racionalidad incluyente. Claro está, sin desatender nuestra sensibilidad e imaginación para diseñar un paradigma capaz de reconocerse en las diferencias, con la finalidad de sabernos en comunidad o -en los conceptos de Morin- en una identidad planetaria. Los ejercicios de la barbarie como una expresión de irracionalidad invaden todos los espacios y prácticas sociales, pretendiendo ocultar sus efectos. En consecuencia, la memoria colectiva y su reproducción generacional podrán enfrentar sus pretensiones metafísicas, configurando así nuevas utopías colectivas, cuya implicación reconocerá a las denominadas minorías étnicas o pueblos originarios, a quienes sólo concedieron como expresiones de existencia el silencio y el olvido. Una arqueología de nuestro siglo XX significa advertir nuevos horizontes de comprensión del siglo en curso, ponderando la dignidad.