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La Iglesia no es una institución social, una organización, una asociación, un club, es el Cuerpo de Cristo. Cristo es la Cabeza (y nadie más) y nosotros somos miembros de su Cuerpo, cada uno por derecho propio. La Iglesia es, por tanto, la manifestación de Cristo en la tierra. Como Cristo curó, perdonó, consoló, amó, sirvió, oró a Dios, predicó la buena nueva, enseñó, bendijo... la Iglesia está llamada a continuar todas estas acciones. Porque somos el Cuerpo de Cristo, somos los pies de Jesús que salen a todo lugar, ciudad y país, hasta los confines de la tierra (Mateo 28:19) El Espíritu Santo da todo tipo de dones y ministerios según las necesidades del Cuerpo. Algunos han afirmado que no todos los carismas que se mencionan en el Nuevo Testamento fueron necesariamente dados a la Iglesia para todos los tiempos y que algunos de ellos fueron dados sólo a la Iglesia primitiva. En la Biblia no se afirma que haya desaparecido ningún don. Sin embargo, los dones espirituales no te colocan por encima de los demás. Son un instrumento de trabajo para la edificación del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:8-18; Efesios 4:11-14).