Erase una vez una niña llamada Mía. Ella tenía tres años y vivía con su familia en una ciudad muy alegre. Pero Mía nunca sonreía, decía que no sentía porqué sonreír. Todo comenzó un día en el campo. Mía solía salir al campo con su hermanita, Natalie. Jugaban a las exploradoras, corrían detrás de las mariposas y observaban a las hormiguitas trabajar. Era algo que disfrutaban mucho. Mía era un poquito traviesa, y muy, pero muy curiosa. Esa mañana, se quedó observando una abeja que volaba de flor en flor.
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