En el mar el panorama es igualmente sobrecogedor, parece como si las olas estuviesen brincando por encima de incontables linternas mágicas multicolores, y mar y cielo se unen en lontananza en un rojo amanecer. Es la aurora matinal. Entonces, conforme avanza el día, los objetos, que antes eran siluetas, van tomando sus formas reales, y el sol, al tiempo que cobra fuerza, se levanta muy por encima de las montañas y se vuelve imponente; ya nadie se atreve a mirarlo directamente ni a menospreciar su fuerza. Y, es que la luz de la aurora ha ido en aumento hasta llegar al cenit, el punto más alto, más claro y más vivo del sol sobre la tierra. Así es, o así debiera ser, la vida del cristiano que empieza como un incipiente amanecer.
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