La filosofía es la peor de las desnudeces. De tal modo, que atreverse a hacer filosofía, adentrándose en su mundo y sus significados, su lenguaje y su simbología, sus matices y metodologías, requiere del esfuerzo de quien sabe mirarse a sí mismo y desnudar su cuerpo sin el temor a la vergüenza. La larga tradición filosófica nos ha legado un sin número de representaciones, hipótesis, teorías, argumentos y existencias sobre aquello que no puede perdérsenos, la vida misma. Hacer filosofía responde a lo más innato en el ser humano, el pensamiento y su deseo de conocimiento y trascendencia. Es así, como la práctica filosófica constituye una oportunidad privilegiada para fomentar el desarrollo de pensamiento crítico, la autonomía y el aporte a soluciones de problemas. El estudio de la filosofía contribuye a la formación de ciudadanos libres, permitiéndonos forjar una opinión propia, a confrontar todo tipo de argumentos, a respetar el punto de vista de los demás, entendiendo las diferentes visiones del mundo, alejándonos de posibles dogmatismos y fanatismos. Es así, como el saber filosófico fomenta la capacidad de cada ser humano para formar un juicio respecto de su propia