Resulta un hecho paradójico que, siendo la universidad la institución que durante siglos ha sido garante de la construcción del conocimiento, del saber y el progreso de la sociedad, hoy luzca rezagada en el tiempo y limitada en sus posibilidades para responder a las exigencias sociales y culturales que, precisamente, emergen de la sociedad del conocimiento. En Latinoamérica esta problemática es más crítica, dado que, en estos países en vía de desarrollo, las universidades carecen de una cultura de investigación que sustente la creación de conocimientos y el desarrollo de la sociedad. En este difícil contexto, las universidades, entiéndase el modelo educativo, están enfrentadas al inmenso desafío de su propia transformación. Se trata de formar profesionales competentes para vivir en un mundo básicamente cambiante, capaces de desarrollar su potencialidad de aprendizaje permanente, es decir, de aprender a aprender y a emprender a lo largo de toda la vida. Todo ello implica superar el viejo paradigma de la docencia tradicional y abrirse a los cambios y modelos educativos que emergen de la integración pedagógica de las tecnologías de la información y la comunicación en las actividades.