Hasta hace algunos años, los gobiernos centrales de los países acaparaban buena parte de las más importantes decisiones que afectaban cualquier ámbito de sus naciones. Esta realidad, de sobra evidente en nuestro país, ha ido cambiando en los últimos tiempos. Los procesos de democratización generan desde hace pocas décadas una descentralización de recursos y facultades encaminadas a que las regiones, los estados y los municipios participen en las decisiones que les atañen directamente. Sumado a la evolución anterior, que es más rápida o más lenta según el país de que se trate, se presenta la intensificación de los nexos entre las economías del mundo, a escalas territoriales tan específicas, que han roto las barreras de los Estados Nacionales para que los actores económicos se entiendan directamente entre sí, sin necesidad de la intermediación de los gobiernos nacionales. Asimismo, el desarrollo general de la humanidad que se añade a los dos aspectos anteriores, nos conduce a la revaloración de lo local como forma de inserción en lo global. El rescate de las identidades locales incluye el derecho a buscar modos de desarrollo acordes a las formas de vida y los recursos de cada región.