Pese a las nuevas tecnologías, nos vemos cada vez más consumidos por las presiones de una vida cargada de desatinos laborales o familiares que generan situaciones de conflicto. A los clásicos casos de juppie estresado o con fatiga crónica, le han seguido los síndromes de estar quemado y más recientemente, los acosados en el trabajo sin olvidar los casos de presentismo en el actual panorama de recesión. Estas experiencias no deberían formar parte de una sociedad tendente a la mentalización de los puestos de trabajo. Probablemente tengamos que cambiar nuestro modo androcéntrico de trabajar por otros más saludables que se liberen del yugo crematístico y de los tartufos del pasado, que entiendan que el éxito no se mide según sueldos o posiciones y que otorgue igual poder a los éxitos no-laborales como el hecho de ser moral y emocionalmente competentes en el trabajo, atender a los hijos, hacer deporte o dedicar tiempo a actividades altruistas. En este proceso de adaptación, la adopción de modelos andróginos permite arroparnos de discursos acordes con una vida moderadamente feliz para cuya definición las mujeres trabajadoras complementan nuestros manuales de corresponsabilidad".