Mortales, hemos llegado. O puede que sea un espejismo y estemos tan solo en la vorágine. De todas formas, no hay otra alternativa que seguir. Ábranse todos y busquen. No ha sido escrita la beatitud ni habrá del hombre un último poema. Busquen, mortales. Conspiren el aburrimiento que devoran líricos, la finitud precipitada de sus huesos, ese tigrecillo que os anuda la garganta. Conspiren los tristes su burbuja, su esfera de cristal agujereada. Una culpa gravita en el espacio. Una culpa universal y unánime. Vamos todos a soñar con los ojos anclados. Vamos también a odiar con todo el odio del cuerpo, con toda la esquivez que no pudo la locura ni este nohacernada giratorio. Vayámonos a divertir con los pingüinos y sea la ceremonia del último lobo sobre la tierra. Vayamos, mortales. No importa después nos entierren en un punto recóndito del mar, si a tiempo sabremos cortar el oleaje, ceñirnos su filo en la línea más sol del horizonte. No han muerto los cisnes ni morirán mientras los tristes conspiren su burbuja, y un cisne, tan solo un cisne, sobrevuele la más alta colina del hastío.