El cooperativismo agrícola formó parte de la Revolución Cubana desde 1959, luego de varios experimentos en los años sesenta y primera mitad de los setenta, el cooperativismo se consolida en el núcleo central de la política agrocampesina, para el completo desarrollo del socialismo en el medio rural a partir de la segunda mitad de los años setenta. El movimiento cooperativo abarcó a las grandes masas campesinas; más de un tercio se integró a las llamadas Cooperativas de Producción Agropecuaria con alrededor del 50% del fondo de tierras del sector campesino. La economía colectiva demostró durante todos estos años su vitalidad y viabilidad como forma de producción y de vida, aún en los peores momentos del ciclo económico cubano a finales de los ochenta y primera mitad de los noventa, a pesar de los errores y tendencias negativas e insuficiencias que ha padecido; además evidenció su capacidad para la sobrevivencia, las posibilidades y potencialidades del trabajo cooperado y combinado como una forma socialista eficiente de economía y de vida en el medio rural.
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