Y usted, mi benedictino, ¿sigue solitario, en su encantadora cartuja, trabajando y sin salir nunca? ¡Eso ocurre por haber salido demasiado! ¡Eso le ocurre al señor de las Sirtes, los desiertos, el lago Asfaltites, los peligros y las fatigas! Y, por otro lado, crea las Bovary donde todos los pequeños rincones de la vida son estudiados y pintados con mano maestra. ¡Qué cuerpo tiene que quedarle a uno también tras el combate de la Esfinge y la Quimera! Usted es un ser tan aparte, tan misteriosö y con todo dulce como un cordero. He tenido muchas ganas de preguntarle, pero un excesivo respeto hacia usted me lo ha impedido, porque yo no sé jugar sino con mis propios desastres, y lo que un espíritu grande ha debido pasar para producir, me parece algo tan sagrado que no se puede tocar grosera o ligeramente. Sainte-Beuve, quien sin embargo le quiere, sostiene que usted es horriblemente vicioso. Pero quizá él mire con ojos un tanto viciados, como ese sabio botánico que pretende que la zamarrilla tiene un amarillo sucio. La observación era tan falsa que no he podido resistirme a escribir en el margen de su libro: Es usted quien tiene los ojos sucios. Presumo que el hombre de inteligencia puede tener curiosidades grandes.
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