Muchos confiesan ser creyentes pero no practicantes pues no participan en la vida de la Iglesia, unas veces por una fe poco arraigada y otras quizá por el abandono de las prácticas de vida cristiana de la infancia. La falta de coherencia en la conducta termina por construir un dios subjetivo, hecho a nuestra medida, lejos del Dios real que se ha revelado a los hombres y ha marcado pautas morales para que vivamos conforme a nuestra naturaleza humana. Así se entiende la importancia y necesidad de «practicar» la Fe. El conocimiento de Dios y de nosotros mismos implica necesariamente una conducta moral que en definitiva nos dignifica y acerca a la felicidad.
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