Infinidad de veces me sentaba a pensar cuándo iba a plasmar el relato de mis viajes con una mochila sobre mis espaldas. Aunque todas las vivencias le quedan sólo a quien las pasó, y eso es lo único que importa, me agobiaba el día que mi memoria fallase y se disiparan aquellos momentos fugaces de mi conciencia. Una, dos, tres... y más veces me sentaba al frente de mi computador esperando que las ideas y recuerdos me viniesen a la mente. Año tras año pasaba, pero lo único que lograba era decepcionarme cada vez más de la impotencia del querer y no poder. ¿Por qué me era tan difícil concentrarme? ¿Me preguntabä. Se trataba simplemente de ordenar mis remembranzas y transcribirlas. Sin embargo, me desconcertaba el hecho de no saber lo que me impedía materializar lo vivido. ¿Sería, acaso, el temor de todo ser humano de exteriorizar sus pensamientos y forma de ser? ¿El miedo por exponerse a la crítica certera del amigo, conocido, o de sus más íntimos familiares? ¿El preocuparse por el qué dirán...? Pues bien, hoy, a mitad de mi vida, sin proponérmelo, sin llamar a ninguna musa y sin ni siquiera pensarlo, relato la crónica que aquí escribo.