Vivir es asumir el cuerpo desde la infancia. Existir es incorporar el tiempo, en el espacio físico y sociocultural a partir de diversas prácticas que posibilitan la interacción y comunicación con los otros cuerpos, con las otras personas, que junto con nosotros/as obtienen la significatividad que da la experiencia en el entramado social. Es en la infancia, como estadio, en el que se troquela el cuerpo. La escuela emerge como una instancia en la cual los niños y las niñas aprenden ahí, a través de y en las interacciones y comunicaciones, a regularse en su encuentro con otros/as, con quienes comparten no sólo el tiempo y el espacio, sino las posibilidades y las imposibilidades de su corporalidad sobredeterminadas por la edad, el género, la clase social, la etnia y la cultura a la que se adscriben. Cuando centramos nuestra atención en la corporalidad infantil en los centros educativos como objeto de estudio, nos muestran una relación ejercida en la escuela como campo social e institución tipificadora, moldeadora de prácticas, de fuerzas que emanan de ella, que la constituyen y que la orientan hacia determinado gobierno del cuerpo, a aprender desde él, controlándolo, silenciándolo.