El anhelo íntimo de cada hombre y de cada mujer tiene que ver con la libertad. Cuando Dios se pone en diálogo con ella, corremos el "riesgo" de ser "seducidos de tal modo", que lleguemos a entrever en nuestro horizonte de vida que, al darle el centro de tu libertad a un Dios como el de Jesús, ya no te perteneces a vos mismo. Y nunca sos tanto "vos mismo" como ahí. Pero hasta ese punto hay un proceso. Los procesos de la fe son como los de la vida. Desde liberar imágenes primitivas de Dios y de nosotros mismos, hasta el riesgo fascinante de hacerse adultos capaces de asumir su verdad, su miseria, sin teñir la realidad de la propia sombra. Pero, al mismo tiempo, capaces de trascenderse en el Dios vivo y entrar en progresivos niveles de encuentro. Es por eso por lo que el proceso es dramático: estamos en continuo camino, deseo, transformación, crisis, desencuentros y nuevos encuentros. Siempre yendo en esperanza. A cada paso crecen la compasión, la conciencia de pequeñez, de pueblo y de pertenencia al Dios vivo. Y a cada paso, más armonía con quien eres, con tus hermanos de camino y con el Dios viviente.
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