Hace más de cien años que vivimos bajo la regencia de la tecnociencia. A pesar de sus éxitos, de sus progresos en los diversos campos del saber, el género humano no se ha vuelto más ilustrado, más avanzado, es decir, progresado, según el lenguaje común. Frente a la brillantez de la ciencia (¿qué ciencia?), hemos acabado por olvidar que lo que, hasta aproximadamente el siglo XIX, iluminaba y daba sentido a la existencia, al propio devenir de la Humanidad europea, como mínimo, era la Filosofía, la primera Ciencia de la que derivan las de los tiempos modernos. Creyéndose todopoderosa gracias a esta tecnociencia, la raza humana ha juzgado que ya puede prescindir de lo Divino -es una búsqueda de Sentido- y de la Sabiduría, figura del humanismo moral.Por tanto, para dar cuenta del callejón sin salida en el que se encuentra hoy el género humano, es decir, de sus debilidades, sus defectos, su ceguera, sus decepciones incluso en sus expectativas sobre los beneficios de la ciencia o, mejor dicho, de la tecnociencia contemporánea, es evidente que el pensamiento filosófico sigue siendo lo suficientemente rico como para iluminarnos sobre partes de las realidades humanas actuales.
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