En el estado de naturaleza, dice Rousseau, la vida del hombre era esencialmente animal. La dura existencia de los bosques le hacía robusto, ágil, con sentidos agudos y poco susceptible a las enfermedades, la mayoría de las cuales nacen de la vida civilizada. Su actividad intelectual en esta época era nula: "el hombre que medita es un animal depravado". Viviendo así, el hombre era feliz y sus únicas pasiones eran instintos naturales, fácilmente satisfechos (sed, hambre, reproducción sexual, conservación). Éste es, de hecho, el quid de la argumentación de Rousseau: la naturaleza no destinaba al hombre primitivo a la vida en sociedad.
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