Podría decirse que la consigna de la racionalidad clásica ha sido la unidad, por encima de la diferencia, la diversidad y la complejidad. Desde sus primeras reflexiones cosmológicas hasta el pensamiento político (sin olvidar, por supuesto, las reflexiones antropológicas), ha habido una cosa, una sustancia, en el fundamento de la realidad existencial. En cosmología, por ejemplo, a esta unidad racional se la ha llamado Ser, el motor primigenio, el Uno-Todo, etcétera. En el estudio del ser humano, esta unidad, esta sustancia, ha tomado el nombre de Espíritu, alma, etc., una noción que puede o no ser independiente de la cosa extendida, el cuerpo. En política, se denomina armonía, pacto social, contrato social, federación o Estado, según la época y la adscripción política de los dirigentes.Es este paradigma noético unitario, inmutable y eterno el que Edgar Morin pondrá en tela de juicio en toda su complejidad. Sus predecesores se limitaron a buscar la unidad y la sustancia en la complejidad y la diversidad de la realidad. Ignoraron y oscurecieron (voluntariamente o no) ciertas realidades del Ser, en este caso el cambio, el movimiento, el desorden, etc.
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