Un veinticinco de diciembre dos pares de ojos se encuentran. Unos de color ámbar y otros hechos de café. Los primeros cumplen treinta años, los segundos juegan con un zippo, y ambos se encuentran bajo la copa de un árbol gigante de glicinas. Ocasionalmente se conectan en un punto brillante del cielo. Nieva y lo único que rompe el paisaje son sus respiraciones, cuando el aire caliente choca con el frío, y se mezclan en una nube dispersa de gris demasiado blanco. Ninguno sonríe, pero se sienten en casa. Y ninguno de los dos tiene idea, de que fueron creados con el fin de enseñar al primero a amar; y de mostrarle al segundo lo insoportable que es sentir el amor escapándose entre los dedos de sus manos, sin poder retenerlo.
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