Nuestras intuiciones están sintonizadas con la física clásica: el conjunto de leyes y ecuaciones físicas que rigen el comportamiento de los objetos ordinarios. Por ejemplo, las llaves del coche suelen quedarse donde las pusiste hace una hora y no vuelven a aparecer en la nevera. Es posible planificar un conjunto la noche anterior porque la ropa no cambia de color en el armario. Y, a pesar del bateador, una pelota de béisbol bien lanzada suele llegar a la manopla del receptor y no a otro estadio. El mundo de la física clásica es predecible hasta un grado increíble: Si se conoce la posición inicial y la velocidad de un objeto, así como las fuerzas que actúan sobre él, se puede predecir su movimiento futuro con una certeza casi perfecta. Así es como la NASA puede situar una nave espacial en un lugar preciso a mil millones de kilómetros de distancia.
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