La historia del reino visigodo hispano, desde su instalación en Toledo hasta la invasión musulmana (507-711), transcurrió entre los continuos intentos de la monarquía por fortalecer su poder, y las fuerzas disgregadoras que la fueron mermando, incluso desde su interior. Es paradigmático, en este sentido, el reinado de Wamba. Este monarca, que gobernó entre 672-680, ascendió al trono tras Recesvinto, muerto sin dejar descendencia. Su nominación fue la única elección regia auténtica. Fue escogido por el episcopado y la nobleza en consenso, tal como lo ordenaban los Concilios Toledanos que debían regir el feliz desarrollo de la monarquía visigodo-católica, y no producto de una acción violenta o asociado al trono por el rey precedente. La ceremonia en que Wamba recibió los santos óleos es la primera unción regia que, desde los reyes de Israel, está documentada. Pero no la última: en el 751 la adoptaron los reyes francos, encontrando en ella un modo eficaz para legitimar un poder que no podía aducir derecho de sangre. Durante los siglos posteriores, se extendió por la Cristiandad, constituyendo uno de los pilares sobre los cuales se asentó la autoridad monárquica durante el medioevo.