La (imposible, evanescente) amistad entre la filosofía y la poesía (o la literatura) constituye un rizo de la amistad de una y otra con la existencia y su imborrable finitud. En ello radica la "amistad", en no sólo tolerar, sino en afirmar tal carácter. El lado poético de la lengua impide la conversión de la existencia en objeto; al menos, allí donde el poema es capaz de suspender o aplazar que no revertir transformación semejante. La amistad, escribe Maurice Blanchot, es un vínculo "sin dependencia" y "sin episodio" que resguarda la extrañeza y la distancia existentes entre los extremos que pone en relación. Un vínculo que impide que un elemento disponga del otro; que le avasalle, incluso en su pretensión amorosa, y le reduzca al estatuto de objeto. ¡Extraña amistad con todo aquello susceptible de enemistarnos! Pues se ama, se desea al amigo en su indisponibilidad, en su ausencia, en su lejanía. Se le acoge sin reservas en su propia reserva, que nunca es fingida o interesada; una reserva que nunca procede del cálculo o de la prevención codificada.