A la escuela contemporánea se le responsabiliza de toda la transformación social, como si todos los que legislaran en educación fueran eruditos en el campo de la pedagogía, cuando en el fondo las directrices con que cuenta la escuela no son otra cosa que el resultado de copias de modelos educativos extranjeros que en algunas ocasiones con la convicción que fueron fracasos rotundos en otros países son implementados por el nuestro sin una reestructuración y adaptación del mismo; nunca los autores de las normas se han dado a la tarea de construir un modelo propio acorde a las necesidades sociales, políticas y económicas de nuestra sociedad. En una sociedad en constante evolución, es necesario preparar al individuo para una integración fructífera, es decir, la educación debe tender a una interiorización, a una toma de conciencia, a una postura con responsabilidad ante los grandes mensajes y problemas de nuestra cultura; por lo tanto sólo esta será un eficaz instrumento de cambio si va adoptando una postura crítica, transformadora y emancipadora ante la necesaria reformulación de sus principios, de sus métodos, de sus poderes, de sus fines y de sus mecanismos reguladores.