La aglomeración de los habitantes en las ciudades fue consecuencia de un crecimiento demográfico constante unido a una falta de aumento paralelo del número de viviendas. No será hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando aparezcan los primeros planes de ensanche y de reforma interior con un mínimo de organización, pudiéndose hablar desde ese momento del comienzo del urbanismo nuevo peninsular. La planimetría existente a mediados del siglo XIX en la ciudad de Córdoba responderá al modelo heredado del urbanismo bajomedieval cristiano, configurador del entramado de uno de los cascos históricos más grandes de toda España, con 220 has 48, que, desde tiempos de la Reconquista, se mantendría casi en exclusividad, exceptuando algunas intervenciones mínimas que no llegaron a transformar su morfología, hasta la desaparición del recinto amurallado.