La Inquisición Española -y con ella la Inquisición Portuguesa y la Inquisición Romana- ha actuado durante siglos como argumento paradójico: en pro de la Verdad que se debía defender y en contra de la Caridad de la que se debía dar testimonio evangélico. Su misma naturaleza se debía a una realidad jurisdiccional complementaria: la jurisdicción pontificia y la jurisdicción regia y secular. Como un centauro que aunaba en sí dos naturalezas, que siempre existen separadas. En el siglo XIX tal realidad saltó por los aires por el influjo de la poderosa opinión insuflada por personalidades como Llorente, Jovellanos, Abbad y Lasierra y otros poderosos pensadores que lucharon a favor de la libertad. La Iglesia había tenido mucho que padecer: Carranza, Fray Luis, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y tantos obispos y doctores habían encontrado en la Inquisición un estorbo contrario al Evangelio. Los trabajos aquí reunidos sirven para ilustrar un proceso nada fácil de comprender. Muchos eclesiásticos y muchos Hombres de Letras aborrecían aquel Tribunal. Otros lo defendían. Galileo Galilei y, a la vez que él, José de Calasanz sufrieron la aspereza de un Tribunal poco deseable.