A lo largo de esta treintena de años, la ciudad de Jaén ha sido sometida a la cirugía de nuevas arquitecturas y modos urbanos, a visibles cambios de imagen derivados de las mismas causas violentas que produjeran otro tanto en cualquier otra ciudad española: edificación masiva de viviendas sobre poco suelo, como consecuencia del despoblamiento del campo; potenciación del vehículo privado como símbolo de bienestar, menosprecio de la realidad existencial del peatón en calles y plazas; y posterior reacción con limitados y pocos afortunados intentos en los que se ha tratado de conjugar todo ello dentro de una misma frase que lo pudiese definir más o menos amablemente. Y por si fuera poco, aún hubo otra causa, la peor de ellas a mi juicio, la de haber sido tomada la ciudad y su futuro desarrollo, espacio de vivencias y convivencias, como pasivo y resignado campo de batalla entre distintas y opuestas opciones políticas que, al igual que perro de hortelano, ni hicieron ni dejaron hacer, salvo batirse entre normas, carencias, promesas incumplidas, apuestas (que no significan trabajo, sino juego) y generalizada falta de imaginación. Qué tiene todo esto que ver, se preguntará el lector, con Dibujando en Jaén?. Pues mucho. Basta para ello recorrer aquellas sus páginas y paralelamente la realidad actual de los espacios urbanos en donde dibujé para aquella ocasión, el casco antiguo y su inmediato entorno rural, realidades desnudas con fidelidad descriptiva de lo allí existente y sus formas, como medio de expresión, actas notariales urbanas. El crítico e historiador de arte, Jean Leymarie, en la obertura que escribiera para el libro El Dibujo, de la magnífica colección SKIRA, ya dice: El dibujante es el escriba de formas transcritas según el ser y la verdad, no según la apariencia. Dibujé además con el conocimiento de que todo aquello que puede contener o generar emoción, lleva implícita su propia fragilidad e inestabilidad. Fue por esto por lo que tanta alteración de la ciudad, en tan escaso tiempo de su vida, alcanzó de lleno a su casco histórico y entorno. Como confirmación de esta aseveración, basta preguntarse qué queda del encanto medieval de la plaza del Cambil, o de los burgueses patios porticados de las calles de San Andrés, Montero Moya o Almendros Aguilar; o de las numerosas portadas de severa piedra labrada y rejerías de tantas fachadas. Qué perdura del Barranco de los Escuderos, de sus huertos entre tapias al borde de la ciudad? Qué son ahora los encantadores rincones de las calles Juan Izquierdo, Cañuelo de Jesús o Peñuelas? No creo que quede alguno de aquellos edificios en los barrios de Santa María, La Magdalena o San Juan, que contenían los invariantes castizos de nuestra arquitectura local. E incluso la casa del genio del Renacimiento andaluz Andrés de Vandelvira, y su enterramiento en la iglesia de San Ildefonso, fueron hechos desaparecer. También es triste consignar que ahora parece haberle tocado el turno a nuestros edificios de finales del Siglo XIX y primeras décadas del XX, a lo que llamamos arquitectura con arquitecto. No es raro tener que echar de menos, de vez en cuando, edificaciones proyectadas por arquitectos como Flores de Lemus, Flores Urdapilleta, Manuel Mendoza, Agustín Eyries o Berges Martínez, desapariciones que podrían haberse evitado con la simple consulta del archivo municipal como requisito previo a la idea de una demolición, cómoda postura de tabla rasa por unos y otros. Es como si el polvoriento y negro viento que levantan las excavadoras, al servicio de los llamados derribistas, hubiese de barrerlo todo, como ley de renovación. El desarrollo de otras áreas de la ciudad no debió haber sido tan negativo para su casco antiguo, que podría haberse tratado con distinto criterio. Pero, a falta de suelo con infraestructuras y de ordenanzas sensibles y con comisiones decisorias mal informadas, que acabaron siendo permisivas en demoliciones, alteraciones y sustituciones, Jaén fue perdiendo el caserío que lo caracterizaba y su silueta, lo que siempre arropó a sus escasos monumentos, que hoy aparecen inconexos entre sí e incluso carentes de sentido. Considero que el dibujo es el vehículo mental con el que se puede cruzar un profundo barranco. En el enfrentamiento entre sus dos orillas está precisamente la clave para la observación de cuanto nos rodea, porque en una de ellas se encuentra nuestra facultad para ver las cosas tal como creemos que son, mientras que en la opuesta lo que existe es nuestra capacidad para poder mirarlas tal como no sabíamos que eran. En este juego del ver y el mirar es como creo que bien pude dibujar para aquel libro, con el cual muchos fueron los jiennenses que recibieron su primera lección de dibujo, porque aprendieron a mirar, con nueva mirada, la visión que de siempre habían tenido de su ciudad. No dudo que, con el tiempo y su transcurrir, que todo lo tranquiliza, surgirán otros dibujantes y otros críticos que plasmen y critiquen a esta ciudad. Porque, como cualquier otra, es un ser vivo en continuo crecimiento y desarrollo en sus alteraciones y habrá, con el dibujo, un nuevo y raro desafío mental ante ella.de la ciudad, en tan escaso tiempo de su vida, alcanzó de lleno a su casco histórico y entorno. Como confirmación de esta aseveración, basta preguntarse qué queda del encanto medieval de la plaza del Cambil, o de los burgueses patios porticados de las calles de San Andrés, Montero Moya o Almendros Aguilar; o de las numerosas portadas de severa piedra labrada y rejerías de tantas fachadas. Qué perdura del Barranco de los Escuderos, de sus huertos entre tapias al borde de la ciudad? Qué son ahora los encantadores rincones de las calles Juan Izquierdo, Cañuelo de Jesús o Peñuelas? No creo que quede alguno de aquellos edificios en los barrios de Santa María, La Magdalena o San Juan, que contenían los invariantes castizos de nuestra arquitectura local. E incluso la casa del genio del Renacimiento andaluz Andrés de Vandelvira, y su enterramiento en la iglesia de San Ildefonso, fueron hechos desaparecer. También es triste consignar que ahora parece haberle tocado el turno a nuestros edificios de finales del Siglo XIX y primeras décadas del XX, a lo que llamamos arquitectura con arquitecto. No es raro tener que echar de menos, de vez en cuando, edificaciones proyectadas por arquitectos como Flores de Lemus, Flores Urdapilleta, Manuel Mendoza, Agustín Eyries o Berges Martínez, desapariciones que podrían haberse evitado con la simple consulta del archivo municipal como requisito previo a la idea de una demolición, cómoda postura de tabla rasa por unos y otros. Es como si el polvoriento y negro viento que levantan las excavadoras, al servicio de los llamados derribistas, hubiese de barrerlo todo, como ley de renovación. El desarrollo de otras áreas de la ciudad no debió haber sido tan negativo para su casco antiguo, que podría haberse tratado con distinto criterio. Pero, a falta de suelo con infraestructuras y de ordenanzas sensibles y con comisiones decisorias mal informadas, que acabaron siendo permisivas en demoliciones, alteraciones y sustituciones, Jaén fue perdiendo el caserío que lo caracterizaba y su silueta, lo que siempre arropó a sus escasos monumentos, que hoy aparecen inconexos entre sí e incluso carentes de sentido. Considero que el dibujo es el vehículo mental con el que se puede cruzar un profundo barranco. En el enfrentamiento entre sus dos orillas está precisamente la clave para la observación de cuanto nos rodea, porque en una de ellas se encuentra nuestra facultad para ver las cosas tal como creemos que son, mientras que en la opuesta lo que existe es nuestra capacidad para poder mirarlas tal como no sabíamos que eran. En este juego del ver y el mirar es como creo que bien pude dibujar para aquel libro, con el cual muchos fueron los jiennenses que recibieron su primera lección de dibujo, porque aprendieron a mirar, con nueva mirada, la visión que de siempre habían tenido de su ciudad. No dudo que, con el tiempo y su transcurrir, que todo lo tranquiliza, surgirán otros dibujantes y otros críticos que plasmen y critiquen a esta ciudad. Porque, como cualquier otra, es un ser vivo en continuo crecimiento y desarrollo en sus alteraciones y habrá, con el dibujo, un nuevo y raro desafío mental ante ella.
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