Este escrito expone un cuestionamiento a una idea que se ha naturalizado. Las sociedades occidentales han aceptado de forma acrítica que los procesos democráticos deben estar desvinculados del atributo educación. No obstante esa aceptación generalizada los autores de esta publicación exponen argumentos que disienten de ello. Pues consideran que la educación de un pueblo es una parte esencial de cada pueblo, además, un valido atributo predictor de la eficacia y eficiencia del desempeño futuro de quienes temporalmente ejercerán funciones de legislación o gobierno. Y concluyen que la educación y la democracia, de forma conjunta, deben generar productos sociales más deseables que por separado. Mediante una exposición lógica, un estudio de caso y una exposición teórica del constructo habitus legislador mexicano, todo filtrado desde una perspectiva bioética, exhortan al lector a que se cuestione si la educación es nociva para los procesos democráticos. Es decir ¿mayor magnitud del atributo educación es nociva para la democracia?