Los conceptos de trinidad y ternariedad son fundamentales para reflexionar sobre el diálogo interreligioso. La expresión relacional de la trinidad aparece en el tercer artículo del Credo de Nicea (381 d.C.). A pesar de ello, el Espíritu Santo permaneció invisible en la teología durante siglos debido a la base binaria en la lógica del pensamiento occidental. Esto generó una falsa polarización entre fe y ciencia, y entre monoteísmo y pluralismo. Cuando la ternaridad fue revelada, por la filosofía de Peirce (siglo XIX) y la física cuántica de Planck (siglo XX), se convirtió en una categoría de transdisciplinariedad. La teología siguió funcionando según el paradigma aristotélico -binario, misógino y con el poder en lo visible- y produciendo discursos monológicos, eruditos, autodefensivos y solitarios, en un retroceso que provocó retrasos en la reflexión teológico-filosófica del mundo occidental, con impacto en las relaciones ecuménicas e interreligiosas. El nuevo paradigma teológico cuestiona a los teólogos sobre su responsabilidad ante la comunidad, porque toca la ética de la vida e implica la salvación. Su incidencia en América Latina es relevante por su historia de enfrentamiento, dominación militar, sometimiento cultural e imposición religiosa.
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