Entrar al corredorcito y llenarse de sus figuras fantásticas, míticas, de sus sueños. Entrar y tener a los otros, a esos otros en los que algún día nos convertiremos -los adultos- como figuras ajenas, silenciosas, pero siempre presentes. Entrar y sumergirse en el espacio habitado por los antepasados, por los silencios y los secretos que -sepamos o no, queramos o no- a lo largo de la vida, sin que seamos conscientes de ellos, nos llevarán a buscar, a encontrarnos con otros que, como nosotros, tendrán historias propias, batallas internas, hilos que cruzan tiempos, universos y se conectan con almas que nos llevan de vuelta a nuestro propio corredorcito, camino a veces perdido en medio de lo adulto. En tres partes, Asturias nos hace surcar la vida de El Alhajadito: la infancia en el corredorcito, el descubrimiento de los antepasados y la identificación con ellos; la travesía en el mar impregnada de las historias de los otros, adultos ya como El Alhajadito, como un ritual para encontrarse, porque "no sabíamos a punto fijo quiénes éramos"; y, finalmente, luego de ese adulto reconocimiento de no saber quién se es, el retorno al origen, a las manos femeninas que alimentaron las voces del corredorcito para que la realidad no doliera tanto. Poco recordamos de la infancia, de las horas de juego en las que vivíamos, en las que el mundo concreto, la realidad, se mezclaba y se fundía -se transformaba- con la fantasía. El Alhajadito de Asturias, poético Asturias, nos devuelve y nos pasea -tal como a El Alhajadito- por ese momento de fabulosa aventura, tal vez esperando que decidamos visitarla, soñarla, reírla, evadir los charcos y comprender el fluir de la vida, ¡por la señal de los sueños! (Denise Phé-Funchal)
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