Enseñar es un arte, absorber estas enseñanzas y ponerlas en práctica es una cuestión de sabiduría. La misión del maestro siempre se ha destacado por trabajar con la realidad más noble del mundo: el corazón y la inteligencia del ser humano. Nada es más importante que el ser humano. Si es noble y necesario dominar el acero y los microorganismos, construir casas y computadoras, mucho más noble es formar al hombre, amo de todo esto. Los sabios griegos ya dijeron: ¡dame un aula y cambiaré el mundo! La misión de un maestro es indudablemente divina, sublime, esencial para la transformación del mundo, pero tenemos que admitir que los caminos que los educadores tienen que seguir son arduos.
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