De qué manera y en qué estado entramos mi hermana y yo en el hotel de las Armas de Prusia; lo que hablamos y lo que pensamos por el camino, no lo sé; en vano he tratado muchas veces de recordarlo. Probablemente no cambiaríamos una sola palabra. Si se hubiera podido notar la turbación que llevábamos, seguramente hubiéramos infundido sospechas. No hubiera sido preciso más para ser conducidos ante las autoridades. Se nos hubiese interrogado, acaso nos hubiesen detenido, si llegaban a descubrir qué lazos nos unían a la familia Keller. En fin, no sé cómo, llegamos a nuestra habitación sin haber encontrado a nadie. Mi hermana y yo quisimos conferenciar antes de ver a M. y Mlle. de Lauranay, a fin de ponernos de acuerdo sobre lo que convenía hacer. Allí estábamos los dos, mirándonos como tontos, agobiados, sin atrevernos a pronunciar una sola palabra. - ¡Pobre desgraciado! ¿Qué ha hecho? - exclamó al fin mi hermana. -¿Que qué ha hecho? (respondí.) Lo que hubiera hecho yo y cualquiera en su lugar. M. Juan ha debido ser maltratado, injuriado por ese Frantz...., y le habrá herido; esto debía suceder más tarde o más temprano. Si yo hubiera hecho otro tanto.
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