Al final de la Fenomenología de la Percepción (1945), Merleau-Ponty estableció con razón que el hombre es un "ser de relación". El mundo en el que vivimos no existe en términos absolutos en el sentido de que sea el resultado de una serie de operaciones encaminadas a despojarlo de sus imperfecciones, o que no sea un mundo informe y caótico al que haya que dar forma y organizar, es decir, uniformar para que responda a una racionalidad incontestable. También significa que el hombre no existe en la pureza de un ser. Como corporeidad viva, accede a un mundo en permanente realización, ya allí, lleno de vida, que no es para él un obstáculo o una simple yuxtaposición de ideas. Lo descubrimos a través de su historia, su cultura, su estatus social y, aún más, en su vida emocional. El hombre siempre está en contacto con el mundo exterior. Y todo indica que no tiene sentido si tratamos de definirlo por sí mismo, de percibirlo más bien y sólo desde el interior. Esto significaría que uno no vería ni entendería cómo saldría de sí mismo al mundo, si no es por un decreto arbitrario.
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