El cristianismo y su discurso de igualdad, otorgó a la mujer un papel activo en la difusión de la nueva religión y la conformación de la sociedad. Posteriormente, la Iglesia creó discursos para quitar a las mujeres el poder adquirido. Sin embargo, el cambio de percepciones movió a la mujer de objeto de deseo a sujeto deseante. Así, se consideró a la mujer primero como el ser con el mayor poder conocido para condenar el alma inmortal de los hombres y en segundo lugar como el pilar para diseminar y observar la religión cristiana. Esta dualidad paradójica en las relaciones entre la Iglesia y las mujeres estuvo llena de tensiones y conformó los elementos fundacionales para las relaciones de género en occidente.