Muchos se imaginan las ciénagas pontinas como un simple terreno pantanoso, una extensión desierta de aguas estancadas, llenas de lodo, un camino penoso de recorrer; muy al contrario, los pantanos tienen más en común con las ricas llanuras de la Lombardía, e incluso son más fértiles; el césped y las hierbas aromáticas se muestran con una opulencia y una jugosidad que la Italia del norte no llega a ofrecer. Tampoco puede haber camino alguno más espléndido que el que atraviesa los pantanos; es como deslizarse sobre un mapa, el carruaje viaja bajo la larguísima avenida de tilos, cuyas espesas ramas ofrecen sombra frente a los ardientes rayos del sol. A ambos lados se extiende la inacabable llanura con su alta hierba, su verde vegetación palustre; los canales se entrecruzan y absorben el agua que por todas partes se nos muestra en forma de estanques y lagunas llenos de juncos y nenúfares de anchas hojas. A la izquierda, viniendo desde Roma, se extienden los altos Abruzos con muchos pueblecitos que, con sus paredes blancas, destacan como empinados castillos sobre los grises roquedales. A la derecha, la verde llanura que desciende hasta el mar, donde se yergue el promontorio del Circeo, ahora parte de tierra firme, antes Isla de Circe, donde la leyenda quiso que desembarcara Ulises.
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